La voz es el canal fundamental entre la oratoria y el público
oyente, y a pesar de que es importante
que un discurso esté bien preparado es igualmente necesario que cuando el
orador hable frente al público lo haga con una buena voz, es decir, de forma
clara, comprensible, con la intensidad y el ritmo adecuados para una buena
comunicación y lograr los resultados esperados. Una buena voz facilita la tarea
del orador, por lo tanto deberá cultivarla y fortificarla.
El volumen debe de ser suficientemente alto para que todos
puedan escuchar bien, ya que un volumen bajo provoca que las personas pierdan
información, la mal interpreten o interrumpan la presentación preguntando por
lo que no escucharon. Por el contrario, un volumen muy alto llega a aturdir o
incomodar al público. Cambiar o modular adecuadamente el tono de voz ayuda a
remarcar y distinguir las ideas (mantener el mismo tono resulta monótono). No
es necesario que parezcas diferente al hablar dentro del salón y fuera de él.
La naturalidad inspira la participación y la apertura de los que escuchan.
El timbre es el matiz personal de la voz que depende de la
proximidad de las cuerdas vocales en sí y diferencia unas veces de otras por lo
que cada uno tiene su timbre propio y distinto a los demás. Es por esto que una
de las formas de clasificar las voces es definiendo características de cada
una, puede ser por el color (claras y oscuras), el grueso (delgadas y espesas)
y el brillo (bien timbradas o sin timbre). .Aunque el timbre es un factor
fisiológico de cada hablante, puede mejorarse mediante ejercicios de articulación.
La utilización adecuada de estos recursos sonoros, combinados con los gestos y movimientos, contribuyen a mantener la
atención y el interés del interlocutor y a completar plenamente el significado
del discurso en el proceso de comunicación.
Autor: Jenniffer Romero Duque.
Fuente: Redaccion de Emprendaria.
Fuente: Redaccion de Emprendaria.
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